En un impactante anuncio, el Papa Benedicto XVI afirmó ayer que renunciará el 28 de febrero de 2013. Mientras la decisión del Pontífice sacude a todo el mundo, pienso en el tiempo en que estudiaba en Roma, preparándome para el sacerdocio católico. Apenas habían pasado dos meses de estudios teológicos en Roma, cuando ocurrió en EEUU el asesinato del Presidente John F. Kennedy, en Dallas (Texas), el 22 de noviembre de 1963.
La muerte del Presidente Kennedy me afectó de una manera tan impactante y profunda que me sorprendió por sus efectos rápidos y permanentes en mi vida. Hasta aquella fecha, yo seguía adelante con mis estudios, propulsado por la Primera Ley de Newton, el Principio de inercia: Yo me encontraba en movimiento hasta el sacerdocio, y habría alcanzado aquel objetivo, a menos que se me opusiera alguna fuerza que me detuviese.
La fuerza del cambio
La fuerza que se me opuso en mi camino al sacerdocio fue la muerte del Presidente Kennedy. Aquel acontecimiento me forzó a confrontar ciertos pensamientos y sentimientos profundos que, hasta entonces, había tenido éxito en evitar.
Como resultado, abandoné una carrera con grandes perspectivas de éxito y una vida llena de seguridad, y en cambio, partí para un mundo de incertidumbres. Me dejé la vida que conocía, a fin de abrazar un mundo incierto y una vida precaria de inmigrante en EEUU.
Sin embargo, jamás me arrepentí y siempre sentí que aquella fue la decisión cierta. Hasta entonces, yo seguía más bien mi corazón que mi cerebro. O sea, los motivos que me guiaban se me parecían ciertos y correctos, aunque no los entendiese del todo por aquellos entonces.
Con el transcurso del tiempo, mis ideas se me aclararon. Estudié otras religiones, inclusive el budismo. Trabajé por muchos años con el Movimiento de Unificación del Reverendo Sun Myung Moon. Estudié varios sistemas éticos y filosóficos. Al final, vine a entender que yo tenía tres razones para abandonar la carrera sacerdotal en Roma, que eran los siguientes.
Tres Razones
1. Yo siempre fue una persona idealista, con profundo amor a Dios, con un interés continuo en la espiritualidad, y con deseos sinceros de servir a las personas y trabajar para un mundo mejor. Sin embargo, no me parecía cierto que yo adoptase un estilo de vida célibe.
Como seminarista católico, yo vivía muy bien como miembro activo de la comunidad internacional que encontré en Roma. Me encantaba el reto de vivir bien con personas de otras culturas, la oportunidad de hablar muchos idiomas, inclusive el latín. Me encontraba a gusto con la disciplina del seminario y con las oportunidades de estudiar, aprender y conocer tantas cosas bellas y históricas en Roma.
Sin embargo, junto con toda esa maravilla se encontraba también el requisito de una vida célibe. En aquel entonces se me cayeron en manos libros innovadores, proponiendo una visión de la vida espiritual en parejas, en la experiencia del amor conyugal.
Percibí entonces que, al menos en mi caso, lo ideal no era una vida célibe, sino una vida de amor con una mujer. Este fue un motivo fundamental por el cual me dejé la carrera sacerdotal célibe.
2. Mi segundo motivo estaba relacionado con mi deseo de hacer más por las personas del mundo. En el seminario, mi vida era protegida, serena, feliz, segura, predecible. Mientras yo estudiaba, oraba, pensaba, disfrutaba — el mundo seguía adelante, con sus infortunios y tragedias. Esta nueva conciencia me la aportó la muerte trágica e inesperada del Presidente Kennedy.
3. Mi tercer motivo por abandonar el la carrera sacerdotal y célibe en Roma fue un deseo intenso de aclarar muchas dudas en cuanto a la verdad de la vida. Yo estudiaba con mucho gusto la teología tradicional, pero cada día se me surgían nuevas dudas. Esas dudas me harían imposible o muy difícil predicar a otras personas enseñanzas que yo mismo cuestionaba.
¿Cómo podría yo predicar a los fieles que la Iglesia Católica era el único camino de la salvación, si en Europa yo había encontrado personas de integridad, virtud y profundidad de pensamientos que rivalizaban con los grandes santos católicos, pero que, sin embargo, pertenecían a otras religiones? Fue con base a estas y otras dudas que decidí no llevar adelante mis estudios teológicos.
Un nuevo camino
Pero sigo siempre amando la Iglesia Católica. Con la revelación de que el Papa Benedicto XVI se plantea renunciar a su cargo de supremo jefe de la Iglesia Católica, una pregunta que naturalmente debe surgir en la mente de todos los fieles es, ¿quién será el nuevo papa? Y ¿cómo podrá la Iglesia Católica hacer frente a sus grandes problemas en el Siglo XXI?
La situación más grave de la Iglesia Católica en el momento es el abuso sexual de menores por parte de religiosos. La Iglesia Católica está aceptando pagar indemnizaciones a las víctimas, cuando las pruebas son irrefutables, pero estos pagos no resolverán el problema.
El problema fundamental es que los seminaristas y curas son forzados a aceptar una vida célibe, cuando eso no es lo que desean hacer.
Para resolver este problema, debe la Iglesia Católica instituir dos clases de sacerdocio: (a) el sacerdocio célibe de los religiosos dentro de conventos y monasterios; y (b) el sacerdocio pareja, en que personas casada desempeñan los cargos y funciones sacerdotales.
Hermanos protestantes
Otra cosa que la Iglesia Católica debe hacer es finalmente abrazar a los hermanos protestantes en una gran unificación del cristianismo. La Iglesia Católica debe tener el coraje de abrir sus brazos y sus puertas para los hermanos protestantes que rechazaron tan horriblemente hace muchos siglos. Sin esta gran unificación, el cristianismo no podrá resistir a las corrientes modernas de ateísmo y escepticismo.
Abriendo su corazón y sus puertas a los millares de seminaristas y sacerdotes que abandonaron la carrera religiosa por no querer vivir una vida célibe, y al mismo tiempo abriendo sus brazos a los hermanos protestantes, rechazados desde hace mucho tiempo, la Iglesia Católica va a encontrar una nueva vitalidad y relevancia en el Siglo XXI.
Paulo-Juarez Pereira
12 de febrero de 2013
Ypsilanti, Michigan, EEUU
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